HISTORIA DE LA EDAD MEDIA

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LOS HEREJES. — LAS ÓRDENES MENDICANTES

LAS HEREJÍAS: Se llaman herejes a los que rechazan con pertinacia todo o parte de las doctrinas profesadas por la iglesia universal, y los que profesan las herejías, es decir, las doctrinas condenadas por la iglesia.

Los herejes fueron numerosos, y las herejías, muy frecuentes en la Edad Media. La herejía más célebre y. que reunió más adeptos fue la de los albigenses, la cual se extendió, a principios del siglo XIII, por todo el mediodía de Francia.

LOS ALBIGENSES: Los albigenses se llamaban así porque la ciudad de Albi fue el principal foco de la herejía. Pero la herejía albigense se extendió, por un lado, hasta Tolosa, y, por otro lado, en toda la región lindante con los Cevenes, los Pirineos y el Mediterráneo, que se llamó después el Languedoc.

La herejía vino probablemente a aquellas comarcas de los países de oriente con los cuales traficaban por mar los franceses del mediodía; quizá la trajeran los búlgaros. Los albigenses creían, como los persas, que había en el Universo dos dioses: uno, el dios del bien, creador de las almas, y otro, el dios del mal, que ha encerrado las almas con los cuerpos. Cristo era un ángel del dios del bien, encargado de librar las almas prisioneras. Los albigenses admitían, como los naturales de India, la metempsicosis, es decir que el alma de un hombre puede pasar al cuerpo de un animal: de aquí que no se deba matar animales, ni comer carne. Tenían una especie de sacerdotes llamados perfectos.

Los perfectos debían abstenerse de carne y llevar una vida pura, ser célibes y pobres. En cuanto a los fieles, llamados creyentes, podían vivir según sus deseos e instintos, puesto, que la remisión de todos sus pecados les estaba asegurada merced a la intervención de los perfectos. Bastaba que el perfecto pusiera las manos sobre la cabeza del creyente, para borrar todos los pecados que éste hubiese podido cometer: esto le llamaba consuelo. Pero el consuelo no podía darse sino una vez; quien pecaba después de haber recibido el consuelo, estaba condenado de manera definitiva; de aquí que, por lo común, el creyente sólo acudiera al perfecto, pidiéndole el consuelo, en artículo de la muerte.



 

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